Ser líder religioso no debería ser, de manera automática, un ascenso a la riqueza.
Ser pastor o sacerdote, no es más ni menos, que ser un carpitero, albañil o ingeniero; si bien es cierto es una labor mayormente espiritual, no deja de ser un trabajo que, si el que lo cumple lo hace rectamente, le traerá beneficios.
Pensando en voz alta, y por experiencia, he comprobado que muchos pastores para ver el avance de la obra enconmendada aportan en lugar de recibir; especialmente, cuando otros que pueden dar se dan por desentendidos.
En contraste, he tenido nulas oportunidades de estar junto a personas (gracias a Dios) que se lucran del evangelio. Si a caso lo hubiera notado, rápidamente habría huído de ahí.
He llegado a la conclusión que, el que quiere liderar almas al Salvador, es aquel que está dispuesto a perder antes que ganar.
La misma biblia, manual de todo líder espiritual, nos enseña que la tarea de guiar almas a Cristo compromete hasta la misma vida (no digamos los bienes). Cristo mismo lo hizo.
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas. El que trabaja a sueldo sale corriendo cuando ve que se acerca un lobo; abandona las ovejas, porque no son suyas y él no es su pastor. Entonces el lobo ataca el rebaño y lo dispersa". Juan 10:11-12
Quiero dar gracias a Dios por aquellos que hasta este día se han conservado en la modestia, a pesar de haber tenido la oportunidad de elegir el camino fácil, el del mal llamado "evangelio de la prósperidad" y que han entendido que su bendición será eterna por ser "obreros fieles". Aquellos que como Pablo son ricos en amor y sus mentes y corazones rebalsan de paz, aún con sus bolsillos vacíos.
Y no, no quiero dar a entender que no obtendrán dinero o recompensas bien habidas por causa de su labor espiritual; si eso llega, estoy seguro que quienes han sido llamados por Dios seguirán dando más de lo que reciben para el avance de la Gran Comisión.
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